18 septiembre 2010

Piedras preciosas que podemos encontrar en la playa



Todo el que haya ido alguna vez a la playa se habrá sentido tentado por estas piedras preciosas. Las botellas de vidrio, por ejemplo, son las que generan una clase de tesoros que, lamentablemente, están desapareciendo.

Cuando de pequeño buceaba en el mar, era aficionado a rebuscar en el fondo marino para recolectar conchas o piedras especialmente raras, como si fuera Lee Marvin en La leyenda de la ciudad sin nombre, quien buscaba pepitas de oro de forma tradicional con una entereza a prueba de bombas. Pero sin duda, el objeto más preciado que podía encontrar en la playa eran las esmeraldas.

Unas gemas verdes, traslúcidas, que parecían proceder del cofre de algún pirata. Cuando se secaban, estas gemas perdían su luz, pero al mojarse de nuevo, como las piedras Shankara de Indiana Jones, entonces se volvían traslúcidas y mágicas.

Tan especiales eran estas piedras que constituían la mercancía favorita para comerciar en los tenderetes que de niño poníamos en el paseo marítimo. Sobre una caja de frutas vacía o sobre una silla, situábamos una toalla que exponía toda clase de objetos que habían sido confeccionados con materia prima de la zona: collares de conchas, por ejemplo. O incluso uno podía exponer juguetes de segunda mano o hasta refrescos caseros hechos con polvos Tang, que servíamos en jarra. Pero el tesoro que se vendía por si solo, sin necesidad de adornarlo de ninguna forma, consistía en estas esmeraldas de diferentes tamaños y formas, que los paseantes (otros niños, mayormente) adquirían a precios que oscilaban entre las 5 y las 50 pesetas, según el calibre de la pieza.

Estas piedras se están agotando debido al éxito del reciclaje y a la extensión del uso del plástico en la industria, pues las esmeraldas no dejan de ser fragmentos de vidrio de una botella rota de color verde que, a causa de la erosión del mar, la arena y la sal, ofrecen un pulimento y unos cantos rodados propios de las piedras preciosas.



Tal y como explica National Geographic, los buscadores de cristales marinos tienen una especie de código de conducta, según el cual si encuentras un trozo de vidrio que todavía presenta aristas debes volver a dejarlo donde estaba para que el mar acabe su trabajo. Algo así como sucede (o debería suceder) con los pescadores cuando se topan con un pez pequeño: pezqueñines, no, gracias, tal y como rezaba aquel anuncio de la televisión.

Y es que Richard LaMotte, autor del libro Pure Sea Glass y poseedor de una colección de más 3.000 piezas, asegura que el mar tarda alrededor de diez años en pulir y redondear las aristas de un cristal vidrio y entre 20 y 30 años en dejarlo completamente liso.
Aunque no es extraño que algunos de estos tesoros sean fragmentos de, por ejemplo, botellas de cerveza fabricadas a finales del siglo XIX: en ellos todavía pueden leerse inscripciones sobre la marca o el contenido. “En muchas playas ya no volverán a encontrarse“, explica Mary Beth Beuke, presidenta de la North American Sea Glass Association, quien asegura que los vidrios que aún quedan en algunas costas están tan erosionados y son tan pequeños que ya no vale la pena recogerlos. “Hemos llegado al final del escaparate del vidrio marino“. La basura que lanzamos indiscriminadamente al mar y que el mar nos la devuelve en forma de pequeños tesoros con los que luego comerciar cada vez es más escasa.

Aunque sólo he mencionado las esmeraldas. También es frecuente encontrar otro tipo de piedras preciosas surgidas de botellas de vidrio de otros colores. Las de color blanco, que alguna vez fueron transparentes, son las más abundantes. Y las rojas (rubíes) y anaranjadas, las más raras. Los orígenes de estas gemas preciosas pueden ser tan diversos como botellas, canicas, lámparas, vidrio común, faros de un coche y demás.
Bisutería natural que serviría perfectamente para una empresa de marroquinería. Las alternativas del océano al cristal Swarovski. A mi juicio, piedras preciosas mucho más valiosas que las que todo el mundo adquiere en las joyerías. Y yo las coleccionaba con un esmero similar con el que Oscar Wilde describe en El retrato de Dorian Grey el trasiego de piedras convencionales:



Muchas veces pasaba los días clasificando y volviendo a clasificar en sus estuches las diferentes piedras que había coleccionado, tales como el crisoberilo verde olivo que se vuelve rojo a la luz de una lámpara, la comofona con sus líneas plateadas, el peridoto color pistacho, los topacios rosados y amarillentos, los rubíes de color escarlata con sus trémulas estrellas de cuatro puntas, las piedras de canela de un color rojo llameante, las espinelas naranjas y violetas y las amatistas con sus capas alternadas de rubí y zafiro.

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