Cuando uno se pone la bata de científico, además de arrostrar la imagen popular de Mad Doctor, también debe lidiar con un buen puñado de prejuicios: que eres frío y calculador, que no eres sensible, que eres un ignorante cultural y cosas de similar ralea.
¿Se ajusta a la realidad el arquetipo popular?
En primer lugar, cabe puntualizar que la gente suele confundir sensibilidad artística o sentimientos en general con ramplonería sensiblera de la más ínfima estofa: cantar como David Bisbal, leer novelas romántica de ésas que tienen portadas con hombres de músculos aceitosos y recitar poesías con la misma rima que la canción del verano.
Empecemos por LA LITERATURA.
Prueba de que los científicos también tienen su corazoncito, que contribuyen humanística y culturalmente, que rozan el síndrome de Asperger, es, por ejemplo, Isaac Asimov, Fed Hoyle y Arthur C. Clarke, científicos profesionales que también son escritores profesionales de ciencia ficción. Asimov es químico y Hoyle es físico, mientras que Clarke fue en gran medida responsable del concepto original de los satélites de comunicación.
El astrofísico Alan Lightman también publicó una novela que cosechó buenas críticas: Los sueños de Einstein. John Treherne daba clases de zoología en la Universidad de Cambridge, pero a la vez escribió dos biografías (una sobre los gángsteres Bonny y Clyde), además de dos novelas.
Mary Stopes, la pionera de las clínicas para el control de la natalidad de comienzos de siglo, era a la vez una científica y una poetisa y novelista que publicaba con regularidad. Cabe recordar también al joven biólogo evolutivo alemán Volver Sommer, que hasta este momento ha publicado tres novelas, un libro de poesía, dos libros sobre el simbolismo cultural de la rosa y otro sobre festivales, así como docenas de artículos y libros científicos.
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