03 octubre 2010

El final de los anuncios ensordecedores se acerca



Llega la publicidad en medio de una peli de la tele o del capítulo de hoy de tu serie favorita y de repente el salón se convierte en una lucha sin cuartel entre los presentes.

Todos se abalanzan sobre el mando a distancia con fiereza, rictus aterrados dibujados en el rostro de tus amigos y familiares. No hay prisioneros, la prioridad es agarrar el mando.
No, no es una lucha para cambiar los canales y hacer zapping, es algo más importante, se trata de salvaguardar la salud de vuestros oidos. Ha llegado el intermedio, empiezan los anuncios, los decibelios se disparan a niveles prohibidos por la Convención de Ginebra.
Todo esto podría terminar (al menos en USA)  si sale adelante una ley que aprobaría el Congreso de ese país. ¿Deseas saber más?

Aunque no faltarán conspiranóicos convencidos de que detrás de todo está la poderosa industria de los sonotones, trompetillas y bastoncillos para limpiar oídos, lo cierto es que al parecer no es tan sencillo acabar con ese subidón de decibelios emparejado en las emisiones televisivas con la irrupción de los anuncios.

Uno de los problemas vendría de la diferencia en los contenidos sonoros de los programas y los anuncios. Principalmente estos se basan en el uso de música, que tiene unos rangos sonoros diferentes de la voz humana que predomina en series, informativos, documentales, películas (los musicales y las de bombicas y colorines son una excepción). Ese “salto” tendría también que ver con esa diferencia de frecuencias, mucho más amplia en el caso de la música que la voz humana, que oscila entre 300 y 3400 Hz.

Este efecto tampoco ha podido ser eliminado en las televisiones que ofrecen sus emisiones online, y algún ingeniero de sonido ha manifestado que al tratar de ajustarlo el resultado ha sido casi peor.

Quizá la razón principal para todo este desbarajuste auditivo sea que la industria audiovisual no dispone de un standar de audio para la calidad y el volúmen del sonido, de manera que la postproducción de las bandas sonoras de los anuncios es un auténtico batiburillo de niveles y decibelios.

Por último parece claro que independientemente de esas diferencias entre los distintos anuncios y entre estos y los programas televisivos, las propias cadenas elevan el nivel de sonido en la emisión de las pausas publicitarias sabedoras de que así llaman la atención del telespectador que prácticamente se ve perseguido por la voz del anunciante aunque haya salido del salón para evacuar desechos fisiológicos o prepararse un bocata con el que acompañar el final de la peli.

Ahora falta por ver si el proyecto de ley para regular esta cuestión termina haciéndose efectivo y que otros países tomen ejemplo. La salud de nuestros oídos lo agradecerá. 

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